cuento 1 Caperucita roja

 Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de un bosque espeso y misterioso, una dulce niña llamada Caperucita Roja, conocida así por la capa roja que su abuela le había regalado. Un día, su madre, una mujer cuidadosa y amorosa, la llamó y le dijo con firmeza:


—Hija mía, tu abuela está enferma. He preparado una cesta con pan recién horneado, miel de la colmena y unas manzanas del huerto para que se la lleves. Pero escúchame bien: no te desvíes del camino bajo ninguna circunstancia. El bosque puede ser peligroso, y si te pierdes, nadie sabrá dónde encontrarte.


—No te preocupes, mamá —respondió Caperucita con determinación—. Iré directamente por el sendero y no me detendré hasta llegar a la casa de la abuelita.


Con la cesta en mano, Caperucita partió hacia el bosque. El sol brillaba entre las hojas de los árboles, iluminando el camino de tierra que serpenteaba entre los altos robles. Los pájaros trinaban, y el aire olía a flores silvestres. La niña caminaba con paso ligero, recordando las palabras de su madre.


Sin embargo, no había avanzado mucho cuando un lobo grande y astuto salió de entre los arbustos, deteniéndose frente a ella con una sonrisa que no inspiraba confianza.


—Buenos días, pequeña —dijo el lobo, mostrando sus afilados colmillos—. ¿A dónde vas con tanta prisa?


Caperucita recordó el consejo de su madre y, aunque sintió un escalofrío, respondió con cortesía:


—Voy a visitar a mi abuela, que está enferma. Llevo comida para ayudarla a recuperarse.


El lobo, al escuchar esto, ideó rápidamente un plan. Sabía que si lograba distraer a la niña, podría llegar primero a la casa de la anciana.


—¡Qué buena nieta eres! —exclamó el lobo, fingiendo admiración—. Pero dime, ¿has visto las hermosas flores que crecen junto al arroyo? Son las más bonitas del bosque. Tu abuela adoraría un ramo de ellas.


Caperucita miró hacia el lado, donde el lobo señalaba. Efectivamente, a lo lejos se veían flores de colores vibrantes. Por un instante, dudó. Su madre le había dicho que no se desviara, pero… ¿qué mal habría en recoger unas cuantas flores para alegrar a su abuela?


—Solo serán unos minutos —pensó, y sin más, se apartó del camino.


Mientras Caperucita se adentraba entre los árboles en busca de las flores, el lobo, veloz como el viento, corrió hacia la casa de la abuela. Al llegar, llamó a la puerta con voz suave:


—¿Quién es? —preguntó la anciana desde dentro.


—Soy yo, Caperucita Roja —mintió el lobo, imitando la voz dulce de la niña.


—¡Pasa, querida! La puerta no está cerrada —respondió la abuela, sin sospechar el peligro.


El lobo entró de un salto y, antes de que la pobre mujer pudiera reaccionar, la encerró en el armario. Luego, se puso su camisón y su cofia, y se acostó en la cama, esperando a su próxima víctima.


Mientras tanto, Caperucita, con un hermoso ramo de flores en las manos, regresó al camino principal y continuó su trayecto. Al llegar a la casa de su abuela, notó que la puerta estaba entreabierta, lo cual le pareció extraño.


—¿Abuelita? —llamó con cautela, entrando en la habitación.


—Aquí estoy, cariño —respondió el lobo, tratando de ocultar su voz ronca bajo las sábanas.


Caperucita se acercó a la cama, pero algo no le parecía normal.


—Abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes hoy! —dijo, frunciendo el ceño.


—Son para verte mejor, mi niña —contestó el lobo.


—Y… ¿por qué tienes las orejas tan grandes? —preguntó, dando un paso atrás.


—Para escucharte mejor —respondió el lobo, conteniendo un gruñido.


—Pero… ¡abuelita! ¡Qué dientes más grandes y afilados tienes! —exclamó Caperucita, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de ella.


—¡PARA COMERTE MEJOR! —rugió el lobo, lanzándose sobre la niña.


Caperucita gritó con todas sus fuerzas, tratando de escapar, pero el lobo era demasiado rápido. Justo cuando este iba a atraparla, la puerta se abrió de golpe, revelando la figura de un leñador fuerte y valiente, que había escuchado los alaridos desde el bosque.


—¡Suéltala, bestia! —gritó el hombre, blandiendo su hacha.


El lobo, al ver que estaba en desventaja, soltó a Caperucita y huyó por la ventana, desapareciendo entre los árboles. El leñador liberó a la abuela del armario, y las tres abrazos, aliviados de estar a salvo.


—Nunca más me desviaré del camino —prometió Caperucita, llorando de emoción—. Y nunca más hablaré con extraños.


La abuela, aunque débil por el susto, sonrió y acarició el rostro de su nieta.


—Lo importante es que estás bien, mi niña. Y ahora, ¿qué tal si compartimos ese delicioso pan con miel que trajiste?


Y así, mientras el lobo huía para no ser visto nunca más en aquel bosque, Caperucita, su abuela y el leñador disfrutaron de una merienda en paz, aprendiendo una valiosa lección sobre la importancia de seguir los consejos de quienes nos quieren.


Fin.



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